¡Buenas!
Ahora me toca hablarte un poco de mí.
Bueno, no solo de mí, también de la amistad.
Miguel y yo nos conocimos en la facultad, hace ya…, ni sé.
Soy la prueba de que si el destino te tiene preparado un lugar, tarde o temprano te llevará allí.
Cuando tuve a mis hijas dejé “aparcados” los estudios y estuve trabajando en sectores que me parecían  – y eran –  aburridos.
Yo sabía que ese no era mi sitio y no era dónde quería estar.
Como no quería, no seguí.
Terminé mis estudios cuando Miguel ya tenía su clínica y me ofreció la oportunidad de hacer prácticas en ella, y al terminarlas, ser su socia.
Ese fue el momento “profesional” que decidió mi futuro.
Ahora sí estaba donde quería.
Retrocedí a mi pasión y retomé una gran amistad.
Cada paciente se presenta como un reto que afronto para que termine devolviendo la calidad de vida a los animales. 
Cuando llegan asustados, a veces con dolor y no saben qué va a pasar.
Consigo, o eso dicen, que confíen en mí, y hasta a veces ¡que no quieran volver a casa!
Ellos me hacen reír cada día y olvidar el desgaste emocional de ver en muchos casos el sufrimiento en sus ojos.
Merece la pena.